lunes, 22 de marzo de 2010

Política exterior de Zapatero (2): Marruecos, Cuba y otras "democracias"


El acercamiento del gobierno de España bajo la presidencia de Zapatero a gobiernos de dudoso pedigrí democrático, por no decir, abiertamente antidemocráticos, ha dado unos paupérrimos resultados y ha tenido unas consecuencias indeseables: el descrédito de nuestra diplomacia frente al resto de países occidentales y la pérdida de peso específico de España en las relaciones internacionales.

Los primeras visitas que un nuevo gobernante hace al extranjero suelen ser sintomáticas de la línea que va a seguir en política exterior. El primer viaje de Zapatero como presidente del gobierno fue a Marruecos. En esto no fue distinto a otros muchos presidentes españoles, pero desde un principio Zapatero y su ministro de asuntos Exteriores Miguel Ángel Moratinos quisieron marcar distancias con la política del gobierno del Partido Popular respecto a Marruecos que había pasado por momentos de tensión que culminaron con la invasión del islote de Perejil por parte de soldados marroquíes y su posterior expulsión por el ejercito español. Donde más se ha notado el cambio de rumbo del gobierno de España respecto a su política con Marruecos ha sido en la cuestión del Sahara Occidental. Desde la firma de los Acuerdos de Madrid en 1975 entre España, Marruecos y Mauritania a virtud de los cuales España abandonó su antigua colonia, todos los gobiernos españoles, tanto de la UCD, del PSOE o del PP, habían exigido con mayor o menor firmeza la necesidad de celebrar un referéndum de autodeterminación en el Sahara Occidental para que sean los ciudadanos saharauis los que decidan libremente entre la independencia, una autonomía dentro del Reino de Marruecos o la plena incorporación a este país como una provincia más. Con Zapatero como presidente del gobierno ha sido la primera vez que un gobierno español se ha alineado con las tesis de las autoridades marroquíes para defender la integración del Sahara Occidental como una provincia de Marruecos dotada de una mínima autonomía. Este cambio de postura del gobierno español respecto al problema saharaui ha sido claramente percibida por los representantes del Frente Polisario que así se lo han reprochado, y por sus máximos valedores, el gobierno de Argelia, lo que ha supuesto un enfriamiento considerable de las relaciones entre este país y España, enfriamiento que hemos pagado todos los españoles con una subida en la factura del gas que importamos de Argelia.
A cambio de sacrificar al pueblo saharaui a su suerte, el gobierno de Rabat ha incrementado la colaboración con España en dos materias muy sensibles a nuestros intereses: terrorismo islamista y emigración ilegal. No obstante, en la relación de equilibrios que debería existir entre España y Marruecos, nuestro país se ha convertido en la parte débil y rehén de los intereses de Marruecos que no ha dudado en esgrimir estos dos temas cual espada de Damocles cada vez ha querido presionar a España en algún cuestión, ya sea las relaciones comerciales preferentes con Europa, el Sahara Occidental o el estatus de las ciudades españolas de Ceuta y Melilla.
La política exterior de un país es una cuestión de Estado. Esto significa que es muy importante que los gobiernos, sean del color que sean, mantengan siempre una misma línea frente al exterior para evitar que la diplomacia se convierta en un barco que va dando bandazos de un lado a otro según venga el viento que lo gobierna. Este principio básico no ha sido respetado por Zapatero cuanto llegó al gobierno de España en el año 2004, ni en el tema de Marruecos ni en otros muchos, pero tampoco se puede decir que la visión partidista de la política exterior de José Luis Rodríguez Zapatero haya sido una sorpresa si tenemos en cuenta que el 2001 siendo líder de la oposición y en plena crisis bilateral entre España y Marruecos no dudo en viajar a este país a pesar de las recomendaciones del entonces gobierno del Partido Popular.
Otro gran tema de política exterior donde el gobierno de Zapatero ha marcado su impronta ha sido en sus relaciones con Cuba. El 2 de abril de 2004, apenas unos días después de haber tomado posesión el nuevo gobierno, el ministro de Asuntos Exteriores aterrizaba en Cuba al frente de una delegación que iba a poner las bases de la nueva política española con la Habana. Las palabras de Moratinos entonces han marcado las directrices de lo que han sido las relaciones con Cuba: “yo vengo a Cuba para conocer y escuchar, vengo a Cuba para compartir y no proponer. Yo vengo a Cuba precisamente para acompañar los retos del futuro que tienen los cubanos y las autoridades cubanas. Es la única manera de trabajar, a través del diálogo y el entendimiento”. Y como muestra de este nuevo rumbo, el gobierno de Zapatero nombró a Carlos Alonso Zaldívar, ex dirigente del Partido Comunista de España, como nuevo embajador de España en Cuba. Y desde entonces lo que España ha ofrecido al gobierno dictatorial de la Habana ha sido “dialogo y entendimiento” y más “dialogo y entendimiento”. Y, para no molestar a los dirigentes cubanos, lo que el gobierno español ha ofrecido a la oposición democrática cubana ha sido menosprecio, vacío e ignorancia. La contrapartida del gobierno de los Castro a esta política de concesiones no ha podido ser más decepcionante: más represión y más dictadura. A pesar de este pobre resultadoel gobierno español no ha variado ni un ápice su postura frente a Cuba.
La coartada esgrimida por Zapatero y su ministro Moratinos para mantener esta política ha sido que sólo desde la colaboración con la dictadura cubana se puede avanzar hacia la democratización de la Isla. Es un razonamiento demencial. Es como si los gobiernos de las democracias occidentales en los años setenta hubieran propugnado una mayor dialogo y apoyo a los gobiernos del franquismo pensando que así iban a fomentar la llegada de la democracia a España. Es todo lo contrario. Es el aislamiento internacional, fundamentalmente económico, el que obliga a las élites de los países a forzar la caída de los regímenes dictatoriales.
No es de extrañar que los opositores al régimen dictatorial cubano critiquen ásperamente la política del gobierno español. Así por ejemplo el opositor Elizardo Sánchez ha dicho que “la política de las autoridades españolas es hoy la más distante del movimiento pro democracia y de los derechos civiles en los últimos veinticinco años”. Igualmente crítico con la política española con Cuba se ha manifestado recientemente Huberto Matos, ex comandante de la Revolución que se pasó veinte años en la cárcel por oponerse al giro comunista propugnado por Fidel Castro. Cuando el régimen comunista de los hermanos Castro acabe cayendo forzado por el paso de la historia, la clase democrática que se haga con el poder en Cuba tendrá un triste recuerdo de la colaboración que los gobiernos socialistas de Zapatero tuvieron en el mantenimiento de la dictadura.
No contento con el fracaso de su política con el régimen dictatorial de Cuba, del que no ha arrancado ni una sola concesión democrática, el gobierno español ha instado de la Unión Europea que se adhiera a su postura colaboradora y abandone la política de sanciones que inició en el año 2003 durante la Primavera Negra cuando cientos de disidentes cubanos fueron encarcelados. Esa era la esperanza manifestada por Moratinos en su enésimo viaje a Cuba el pasado 17 de octubre cuando manifestó que el objeto de su viaje era “profundizar el dialogo político y abrir las puertas de la Unión Europea”. Zapatero y Moratinos querían aprovechar la presidencia rotatoria de la Unión Europea por parte de España para forzar un viraje en la política exterior europea con Cuba. Afortunadamente no ha sido así. A estas alturas de la presidencia española, el gobierno parece haber desistido de conseguir dicho viraje. El resto de países europeos ven con claridad, lo que el gobierno de España no quiere ver por razones ideológicas y para mantener contentas a sus bases más izquierdistas: que su política de colaboración no sólo es un absoluto fracaso, sino que es una vergüenza para los defensores de la democracia.
Parejo al compadreo que Zapatero y Moratinos han tenido con Cuba, ha sido el que se mantenido con otras democracias igualmente “ejemplares” como Venezuela. El pago que estos países han dado al gobierno español por su entreguismo ha sido paupérrimo. Mientras no ha surgido ningún escollo en la relación se han prodigado las fotos plagadas de sonrisas y los viajes de amistad. Pero, como demostración de los endebles cimientos en los que se basa la relación entre países que tienen unos regímenes políticos diametralmente opuestos, en cuanto ha surgido algún escollo en la relación, se ha destapado la caja de los truenos, los insultos, y los desprecios. Recientemente lo hemos podido comprobar con el asunto del auto del juez Velasco de la Audiencia Nacional que ha puesto en evidencia como campan a sus anchas por Venezuela los etarras y los terroristas de las FARC. El populachero Chávez y sus samberos no ha dudado en recurrir a una catarata de insultos, amenazas e improperios contra todas las instituciones españolas, desde la judicatura hasta el Rey, ante la total y absoluta pasividad del gobierno Zapatero, lo que no ha hecho más que incitar aún más al gobernante venezolano que ha identificado como debilidad la postura del gobierno español incapaz de defender los intereses de España con firmeza y decisión.
En definitiva, el acercamiento del gobierno de España bajo la presidencia de Zapatero a gobiernos de dudoso pedigrí democrático, por no decir, abiertamente antidemocráticos, ha dado unos paupérrimos resultados y ha tenido unas consecuencias indeseables: el descrédito de nuestra diplomacia frente al resto de países occidentales y la pérdida de peso específico de España en las relaciones internacionales.-



miércoles, 17 de marzo de 2010

Política exterior Zapatero (1): la Alianza de Civilizaciones y otras simpleces


Análisis de la política exterior del gobierno de Rodríguez Zapatero, tras seis años al frente de España.

El 24 de septiembre del pasado año José Luis Rodríguez Zapatero intervino ante la Asamblea General de las Naciones Unidas. En su discurso el presidente español habló de su leitmotiv personal, la Alianza de Civilizaciones y de la necesidad de buscar solución a multitud de problemas: el hambre y la pobreza extremas, el cambio climático, la seguridad y la paz mundiales, Palestina, todo ello desde “un multilateralismo eficaz, responsable y solidario”. Un conjunto de buenos propósitos, que podrían figurar como deseo en el reverso cualquier postal de Navidad, pero sin ninguna propuesta, ninguna aportación, ninguna concreción, con la sola excepción de Honduras de la que exigió la reposición de Zelaya en la presidencia del país, ya que, según Zapatero, “la firme defensa de la democracia tiene ante todo un nombre y un país: Honduras”. El discurso de Rodríguez Zapatero ante la Asamblea General de las Naciones Unidas fue un botón de muestra de lo que ha sido la política exterior del gobierno socialista desde que llegó al poder en el año 2004 y la escasa repercusión internacional de su discurso fue correlativa al poco interés y el poco peso específico que las propuestas del gobierno español tienen, no ya en la política mundial, sino también en la política europea y, específicamente, en la política exterior de la Unión Europea.
El PSOE llegó al gobierno de España en el año 2004 contra todo pronóstico, gracias al partido que sacó a los atentados cometidos el 11-M, tres días antes de las elecciones. Baste recordar la intervención de Rubalcaba la noche previa a las elecciones en la Televisión pública: “España se merece un gobierno que no nos mienta”. Ya en el poder, Rodríguez Zapatero y su ministro de Exteriores Miguel Ángel Moratinos en vez de vincular los atentados al islamismo radical y reflexionar del por qué de la violencia en las sociedades musulmanas y de la necesidad de erradicar sus causas, achacaron el origen de los atentados a la participación de España de la mano del gobierno del PP de José María Aznar en la Guerra de Irak y su estrecha relación con los EE.UU, país odiado por igual por islamistas e izquierdistas españoles. Aznar es el culpable y EE.UU su instigador. Esta no ha sido la explicación oficial del gobierno y del PSOE, sino la oficiosa para consumo de las bases izquierdistas y esto por dos sencillas razones. La primera, porque atribuir la causa del atentado a la actitud culposa de la víctima no deja de ser una forma de justificación de la violencia que podría extrapolarse a otros ámbitos en los que al PSOE ya no le interesa tanto, como es la violencia etarra. Y en segundo lugar, el terrorismo islamista ha seguido intentando atentar en España, estando en Irak o sin estarlo, como tristemente demostró el comando de Leganes que salió por los aires después de que el PSOE ya hubiera ganado las elecciones y anunciado que sacaría las tropas españolas de Irak.
Al margen de la propaganda para consumo interno de las masas, en los discursos oficiales Zapatero ha encontrado su culpable a la violencia extrema puesta de manifiesto en los atentados del 11-S en EE.UU y 11-M en Madrid. Para Rodríguez Zapatero y su ministro Moratinos la violencia terrorista no tiene su origen en las sociedades islamistas, a las que, siguiendo a los islamófilos más extremos, consideran pacíficas e incapaces de engendrar per se ninguna forma de violencia, sino que la culpa la tienen las sociedades occidentales por su incomprensión, agresión y maltrato constante a los países musulmanes. Y la solución para Rodríguez Zapatero pasa por una gran alianza entre todas las civilizaciones del mundo. El culpable intelectual de la violencia terrorista internacional no son los cientos y cientos de intelectuales musulmanes que llaman a diario a la Guerra Santa contra Occidente desde las Universidades, los libros, los periódicos y los medios de comunicación islamistas, sino que el culpable es Huntington y su libro El Choque de Civilizaciones. Libro que por supuesto Zapatero no ha leído, como demuestra cada vez que lo cita, pero que basta su simple título para refutarlo y esgrimirlo como bandera de la supuesta intransigencia de Occidente.
Esa entelequia llamada Alianza de Civilizaciones promovida por el presidente José Luis Rodríguez Zapatero, con un costosísimo coste para el bolsillo del contribuyente español, dicho sea de paso, sufre de graves defectos que lastran cualquier desarrollo. Olvida que uno de los leitmotiv fundamentales para el crecimiento de los partidos islamistas, moderados o radicales, en los países musulmanes es precisamente el odio a Occidente y esto no lo va a cambiar por mucho “buenismo” que derroche Occidente. Además, como la propuesta nace de un complejo de culpabilidad por parte Occidente, parece que sean las sociedades occidentales las que tengan que adaptar su comportamiento a las exigencias islamistas, olvidando los muchos defectos de los que padecen las sociedades musulmanes, especialmente, la falta de democracia y de respeto a los derechos fundamentales. Como consecuencia de estos planteamientos, no es de extrañar que ante comportamientos tan irrelevantes como la publicación de unas viñetas supuestamente ofensivas contra el Islam, los partidarios de la Alianza de Civilizaciones hayan reaccionado exigiendo respeto a la religión musulmana --algo que por supuesto no harían en un caso similar referido a la religión católica--, e incluso, con llamamientos a la implantación de restricciones a la libertad de expresión que parecen increíbles en sociedades que se dicen democráticas y progresistas.
El único apoyo que se ha dado internacionalmente a la Alianza de Civilizaciones propuesta por el presidente español ha procedido del primer ministro turco Tayyip Erdogan. Ha sido un apoyo más simbólico que real, fruto de los propios intereses turcos de ofrecer su cara amable a Europa para promocionar su candidatura a ingresar en la Unión Europea, ya que lo cierto es que en Turquía se persigue a la minoría cristiana y, por ejemplo, el Seminario Ortodoxo sigue cerrado sine die, lo que no parece muy acorde con promover una confluencia de civilizaciones en amigable concordia.
No es de extrañar que con propuestas tan vacuas y etéreas como la de la Alianza de Civilizaciones, nuestro país haya perdido peso específico en las relaciones internacionales.