jueves, 18 de junio de 2009

El nacionalismo vasco y la religión

Aunque el actual Partido Nacionalista Vasco desde 1977 se declara un Partido aconfesional, sus inicios son de una rabiosa confesionalidad que en el lenguaje actual podríamos calificar incluso de fundamentalista. El propio nombre del Partido hace alusión a estos origines: Euzko Alderdi Jeltzalea-Partido Nacionalista Vasco, en siglas EAJ-PNV. Contrariamente a lo que pudiera parecer el nombre Euzko Alderdi Jeltzalea, en siglas EAJ, no es la traducción al vasco del nombre Partido Nacionalista Vasco, sino que significa literalmente: Partido Vasco de los simpatizantes del J.E.L., y "J.E.L." es un acrónimo del lema del Partido: Jaungoikoa Eta Lagizarrak, es decir, Dios y Leyes Viejas, entendiendo por Leyes Viejas a los fueros. Por esta razón a los simpatizantes del PNV se les llama jeltzales o jelkides.
El lema Jaungoikoa Eta Lagizarrak o Dios y Leyes Viejas es una invención de Sabino Arana Goiri, fundador del EAJ-PNV, como también lo fueron la Ikurriña, inicialmente la bandera del PNV y hoy del País Vasco, o el propio nombre de Euskadi, otra invención de Sabino Arana a finales del siglo XIX para designar lo que hasta entonces se había conocido como vascongadas.
El catolicismo inicial del EAJ-PNV es fiel reflejo de la ideología de su fundador. Sabino Arana Goiri tenía una concepción sobre religión y moral absolutamente mojigata y sus ideas sobre el tema sorprenden no solo al lector de hoy en día, sino que a principios del siglo XX ya hacían las delicias de autores no nacionalistas como Unamuno. Su obsesión por la religión y la moral iba pareja a su odio racista a los maketos, es decir, al resto de los españoles. “Es preciso aislarnos de los maketos. De otro modo, aquí en esta tierra que pisamos, no es posible trabajar por la gloria de Dios". "Nosotros, los vascos, evitemos el mortal contagio, mantengamos firme la fe de nuestros antepasados y la seria religiosidad que nos distingue, y purifiquemos nuestras costumbres, antes tan sanas y ejemplares, hoy tan infestadas y a punto de corromperse por la influencia de los venidos de fuera". "... el favorecer la irrupción de los maketos es fomentar la inmoralidad en nuestro país; porque si es cierto que las costumbres de nuestro Pueblo han degenerado notablemente en esta época, débese sin duda alguna a la espantosa invasión de los maketos, que traen consigo la blasfemia y la inmoralidad". Donde la mojigatería de Sabino Arana alcanzaba el más absoluto esperpento era en sus opiniones sobre el baile "Si hubieran estudiado una miaja de Geografía política y hubiesen tenido una apizca de sentido común, sabrían que al norte de Marruecos hay un pueblo cuyos bailes peculiares son indecentes hasta la fetidez, y que al norte de este segundo pueblo hay otro cuyas danzas son honestas y decorosas hasta la perfección; y entonces les chocaría que el alcalde de un pueblo euskeriano prohibiese bailar al uso maketo, como es hacerlo abrazado a la pareja, para restaurar en su lugar el baile nacional de Euskeria". También decía que “... ved un baile bizkaino presidido por las autoridades eclesiásticas y civil y sentiréis regocijarse el ánimo al son del txistu, la alboka o la dulzaina y al ver unidos en admirable consorcio el más sencillo candor y la más loca alegría; presenciad un baile español y si no os causa náusea el liviano, asqueroso y cínico abrazo de los dos sexos queda acreditada la robustez de vuestro estómago ...”. La obsesión contra lo que Sabino Arana llamaba “baile agarrao” era tal, que sorprender a un militante cometiendo semejante pecado, ya era motivo suficiente para su expulsión del Partido.
El ultra catolicismo y la moralidad trasnochada de Sabino Arana impregno al EAJ-PNV por él fundado y a sus seguidores. Así Engracio de Aranzadi, discípulo de Sabino Arana, utilizaba estos calificativos para referirse a los maketos, es decir, a los españoles llegados a las provincias vascas desde otras partes de España: “... azote del diablo, calamidad luciferina, plaga infernal ... fetos de forma humana, sietemesinos infatuados cual globos aerostáticos ...”. Estas palabras parecen tomadas del sermón apocalíptico de un fraticelli del siglo XIII, más que del discurso de un político del XX. Y el mismo autor comparaba la llegada de inmigrantes del resto de España a las provincias vascas con la invasión de los bárbaros en el Imperio Romano, prefiriendo ésta a aquella, ya que “... aquella invasión del siglo V vemos reproducirse hoy, bárbara y salvaje como aquélla, pero con la esencial diferencia de ser ésta empujada por Satán, cuando la germana fue dirigida por la admirable y sapientísima Providencia Divina...”.
El nacionalismo vasco convertido en religión y la religión en nacionalismo en una fusión perfecta dieron lugar a hipérboles surrealistas. Así a la muerte del fundador del PNV un nacionalista hacía pública una carta en la que sobre Sabino Arana decía “... Él fue, él es y él será y ningún otro el Verbo nacionalista hecho carne ... él es Nacionalismo y el Nacionalismo es él. Vino al mundo a enseñárnoslo a los vascos para redimirnos de la esclavitud del latino, al modo que Jesús vino a redimir a todos los humanos de la esclavitud del mal. Es, pues, un Jesús vasco ...”. Sabino Arana el Jesús vasco. ¡¡casi nada!!.
Viendo las concepciones ultra católicas de las que partía el ELJ-PNV, puede sorprender la alianza de este Partido con los abiertamente anticlericales Partidos de izquierda durante la II República y la Guerra Civil, alianza que no estuvo exenta de multitud de desencuentros. Así, la ideología del ELJ-PNV fue uno de los principales motivos por los que el gobierno de Azaña se oponía a la aprobación del Estatuto de Autonomía vasco. Se temía la constitución de “un gibraltar vaticanista" en el norte de España, según palabras del socialista Indalecio Prieto, si se dejaba el gobierno de las provincias vascas en manos de un Partido caracterizado por su ideología reaccionaria y su integrismo religioso.
Esta obsesión del ELJ-PNV por la religión hunde sus raíces en la tradición romántica del nacionalismo vasco y tiene sus antecedentes en los primeros historiadores del pueblo y la lengua vasca con opiniones que hoy invitan a la risa. Así Manuel de Larramendi, un escritor no nacionalista del siglo XVIII, pero muy citado por Arzalluz, escribía en 1729 que “otras lenguas son formadas por el ingenio y gusto de los hombres, y por esso susceptibles de ages, yerros e inconsequencias, efectos de achacoso origen. El bascuenze fue lengua formada por el solo ingenio de Dios”. Con semejante origen no ha de extrañar que el mismo autor sostuviera que el vascuence era la lengua de los ángeles: “... si los theólogos y otros supiérades bascuenze, concluiríades al instante que el bascuenze es la locución angélica, y que para hablar a los ángeles en su lengua es necesario hablarles en bascuenze” .
Juan de Perochegui en el siglo XVIII opinaba del vascuence que no solo fue “... la lengua primitiva de España y Francia, sino también la propia y nativa del patriarca Noé; y por consiguiente la primera del mundo, y aquella mesma que infundida por Dios a nuestro Primer Padre Adán, fue la única hasta la mezcla y confusión de la Torre de Babel” ¡¡Casi nada!!. Según este autor la vascongada fue la lengua traída a España por Túbal, nieto de Noe al que, según las teorías pseudohistoricistas basadas en la Biblia, se atribuía el poblamiento de nuestro país, a donde llegó “ciento cuarenta y tres años después del Diluvio que corresponde al 1800 de la Creación del Mundo”.
Ya en el siglo XIX Pablo Pedro de Astarloa identificaba al vascuence con la lengua primitiva de la Humanidad desde Adán y Eva, pero no por haber sido infundida por Dios al hombre, sino por tratarse de un producto instintivo de éste. Según este autor el hombre utilizó la facultad vocal que le había dado Dios para crear de forma natural el vascuence, ya que tan natural sería para el caballo relinchar o para el toro bramar, como para el hombre hablar vascuence.
Con semejantes antecedentes, no ha de extrañar que el abate vascofrancés Dominique Lahetjuzan sostuviera en 1808 que el vasco era la lengua original de la humanidad y que los primeros protagonistas de la Biblia, Adán, Eva, Caín y Abel, eran de origen vasco.
Pero los ha habido que han llegado más lejos, si es que eso era posible. En el año 1825 el también abate vascofrancés d´Iharce Bidassouet afirmaba en un tratado sobre historia y lingüística vasca que el vascuence era la lengua que hablaba Dios.
Ha habido muchos sacerdotes vascos que durante el siglo XIX, pero también en el XX, han sostenido que el vascuence era la lengua que se hablaba en el Paraíso. En esta línea, el sacerdote Txomin Iakakortexarena (conocido por Domingo Jaca Cortajarena antes de su conversión al nacional-catolicismo sabiniano) escribía, no en el siglo XVIII, ni en el XIX, sino en 1993, la siguiente pregunta “¿cuando nos convenceremos que para expresar todos los conceptos, la única y natural lengua que Dios nos ha dado es el euskera?”.
Sabino Arana el Jesús vasco, el vasco la lengua de Adán y Eva, de Noe, de los ángeles o del propio Dios. Ideas que hoy parecen ridículas y mueven a la risa. Pero lo que ya no hace tanta gracia es la instrumentalización que se ha hecho del vascuence para mantener a la población en la ignorancia frente a las ideas liberales y progresistas. Así en 1895 el canónigo vascofrancés Arbelbide escribía que “... como la sólida muralla rodea el prado o la viña, nuestra lengua se levanta en los confines del país vasco. Ella protege nuestras ancestrales creencias, nuestros buenos hábitos y todas las antiguas costumbres, al mismo tiempo que aleja de nosotros las falsedades de los vecinos, sus torpes acciones y las semillas dañosas y extrañas...”.
Y ya bien entrado el siglo XX el capuchino Celestino de Caparroso escribía “... si amas a Dios debes amar el Euskera porque, hoy por hoy, es él la mejor barrera para librar a nuestro pueblo de tanta corrupción e impiedad como la invaden sin cesar en periódicos, revistas y libros erdaldunes (libros en castellano)” .
Este uso torticero del vascuence fue denunciado por Unamuno “decía un cura en vascuence desde el púlpito: “No enviéis a vuestros hijos a la escuela que allí les enseñarán castellano y el castellano es el vehículo del liberalismo”. He aquí el verdadero nudo de la cuestión. Si muchos, no todos, quieren que el vascuence se conserve es para mantener al aldeano en ignorancia de cosas que debe saber para su provecho”.
Y, por supuesto, también Sabino Arana defendió el uso del vascuence, no como instrumento de comunicación, sino como baluarte contra las ideas que consideraba peligrosas y para atacar al maketo “... es indudable y todo el mundo lo sabe que allí donde se pierde el uso del euzkera se gana en inmoralidad; y que la blasfemia, el carácter irreligioso y las costumbres inmorales y criminales del invasor maketo se hacen campo en Bizcaya en razón directa de las conquistas que realiza el idioma castellano”.
Y estas mismas ideas continúan vigentes en la actualidad, cien años después, en el pensamiento de personajes como el sacerdote antes citado Txomin Iakakortexarena. En su autobiografía publicada en 1993 escribía el cura que una noche de juventud se le apareció el diablo para tentarle, por supuesto en español (ignoramos si vestido con traje de luces y montera, ya que no da detalles), contestándole el cura “le tienes tirria a Euskalerria porque es un pueblo de Dios amante, por eso tratas con todo empeño en convertirle en castellanizante; tu has introducido en nuestra Patria la blasfemia insultante, has ensuciado con el castellano nuestra lengua limpia y brillante, pero estás muerto de miedo al ver que el pueblo será patriota en adelante”. Insisto, no es una novela, es la autobiografía del inefable sacerdote.
Para finalizar estas reflexiones sobre nacionalismo vasco y religión, no me resisto a citar las palabras de un despistado de la historia: Mark Kurlansky. Este periodista y escritor estadounidense escribe en su obra La Historia vasca del mundo, publicada en el año 2000 que “a pesar de su adhesión a la Iglesia, los nacionalistas vascos adoptaron el hábito de referirse al enemigo en tanto que “cristianos”, como si los vascos siguieran siendo animistas que pugnaran por expulsar a los visigodos”. Se refería el autor norteamericano a las Guerras Carlistas que asolaron España en el siglo XIX y que enfrentaron a los carlistas partidarios de Carlos María Isidro de Borbón con los liberales partidarios de Isabel II. Confunde el pseudohistoriador a los carlistas con los nacionalistas vascos, confusión interesada del actual nacionalismo, pero incongruente y falta de fundamento, por cuanto los carlistas se sentían tan españoles como sus contrincantes isabelinos, con los que solo discutían la persona sobre la que debía recaer la corona, y no la independencia de ninguna parte del territorio nacional. Pero esta confusión es baladí comparada con la alusión al término “cristianos” con el que, según el autor estadounidense, se referían los carlistas a sus contrincantes liberales, alusión que hace el texto absolutamente incomprensible. Ininteligible, salvo si tenemos en cuenta que Mark Kurlansky traduce mal el término “cristianos” por “cristinos” que era como eran conocidos los soldados liberales que defendían la causa de Isabel II, que durante su minoría de edad estaba representada por su madre María Cristina. De ahí el nombre de “cristinos”, que no cristianos, con el que les llamaban los carlistas.
Pero da igual. El libro de Mark Kurlansky ha sido éxito de ventas en el País Vasco y la Sociedad de Estudios Vascos en América le galardonó en el año 2001 con la distinción que concede anualmente a las personas o instituciones que más han contribuido a la imagen positiva de los vascos en el mundo. Para algunos lectores debe ser un libro con “mucho fundamento”, en el sentido que le daría otro conocido vasco, el cocinero Carlos Arguiñano.
Como se ve el nacionalismo vasco tiene mucho de grotesco, pero también de trágico, ya que como religión derivada en fundamentalismo tarde o temprano había de generar sus torquemadas. Inquisidores como Federico Krutwig Sagredo, el teórico de la izquierda abertzale que en su obra Vasconia de 1962 escribía “... por ello es tan tremendo el crimen contra la patria que cometen los padres que no enseñan el idioma nacional a sus hijos ... el jelkide que desnacionalizó su familia ... deberá ser llevado ante un tribunal para que lo juzgue con el máximo rigor. Es merecedor de la pena de muerte y que su cadáver sea entregado a los buitres, para que su repugnante materia somática no mancille la tierra euskaldún...”. Desde la década de los sesenta estos torquemadas y su brazo ejecutor ETA, han vertido la sangre de miles de inocentes por la independencia de la Patria vasca.